Subió las escaleras agarrándose fuerte al pasamanos, como si cada vez que fuese a levantar el pie tuviese miedo a perder la estabilidad. Las copas de más habían hecho estragos pero al menos ya estaba en casa. Abrió la puerta, se desnudó y se dejó caer. Su compañero de piso se encontraba en el mismo estado lamentable que ella y sin darse cuenta ya era de día. Estaban filosóficos y escarbaban en los recovecos de su pasado.
Recordaron la primera vez que se enamoraron, o que al menos creyeron hacerlo, él de una rubia despampanante que silbaba al hablar, ella de un chico abstracto. Se rieron de sus coqueteos con lo prohibido, de las idas y venidas. Recordaron la noche que decidieron acostarse juntos por despecho y ahí si que se rieron con ganas. No entendían por qué no les entendían, no entendían por qué los demás no se entendían.
Se taparon con la manta y la conversación se tornó sórdida. Los miedos de uno con las inseguridades del otro dentro de una batidora, una mezcla absolutamente carnal. Así es, una vez más intentando tapar balazos a golpe de betadine y tirita.
Los que se entienden (pero siguen buscando con quien entenderse)