miércoles, 17 de septiembre de 2014

A nadie le gustan los helados de fresa.


Pasada una determinada edad la gente deja de comer helados de fresa, es un hecho, y no tiene nada que ver con la perdida de papilas gustativas ya que solo a partir de los 60 años es notoria. También se dejan de pisar los charcos que se encuentran por las avenidas y no se debe a que el material de sus katiuskas haya bajado de calidad. A su vez uno empieza a dejar de fijarse en la pegatina que viene con las bolsas de patatas. Podría nombrar cientos de ejemplos absurdos sobre hechos y actos que antes constituían un pequeño placer pero que se abandonan.

Con los años cogemos la manía de hacer invisibles miles de cosas, entre ellas, esas cosas que antes constituían la base de una ilusión efímera que te regalaba unos minutos con los que poder deleitarte. Situaciones y detalles que ahora obviamos y optamos por conformarnos solo con una minoría de todos los que podrían ser. Nos alejamos de nosotros mismos para acercarnos a lo que se supone que debemos de ser y a ello lo bautizamos con el termino de "etapas".

- Yo ya no tengo edad para hacer esas cosas.

Por favor, diferenciemos entre crecer y el hecho disfrutar las cosas como un niño sin que te tachen de inmaduro. No sé, ni quiero saber, qué será de nosotros si cada día que pasa perdemos un poco de nuestra capacidad para sorprendernos y que nos sorprendan. Qué pasará si nos avergonzamos de lo que nos gusta, solo porque así damos una imagen más acorde con lo que se nos supone que somos ¿Qué tenemos que hacer para darnos cuenta de que la opinión ajena no es tan relevante como nos hacen ver? No se, ni quiero saber, cual es el punto de retorno cuando ya nada te hace disfrutar.

Así que yo voto por abuelos con bolsas de chuches, madres con calcomanías en los brazos y helados de fresa para todo el mundo.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

La mirilla

Para Margot era un día más en su rutinaria vida. Hacía ya meses que se había mudado a la ciudad a causa de una suculenta propuesta laboral, después de años y años en empleos mediocres en los que nadie había reconocido su talento, la oportunidad de su vida se le estaba presentado a los 33. No dudó en aceptar, todo era demasiado tentador como para rechazarlo y siendo realista, los años y las desilusiones empezaban a fustigar su cuerpo cada vez de una forma más violenta que la anterior.

La felicidad inicial fue inmensa, fuera a donde fuese era reconocida y admirada, no le faltaban aduladores con los que ir a cenar y amistades de lo más extravagantes. Sin embargo, esta se vio mermada a lo largo de los meses, el éxito del que ahora disfrutaba le había hecho sacrificar determinados aspectos de su vida que ahora anhelaba . Las oportunidades que se convierten en condenas, curiosa paradoja.

Hoy hace un año exacto desde que empezó su nueva vida, con nueva posición económica, nuevas amistades y una casa mucho mas grande. El sonido abrumador del despertador marca las 5:45, Margot se despertó como si de un autómata se tratara, muy propio de ella, dio pequeños pasos perezosos hasta el baño. El espejo le devolvió el reflejo de un rostro extenuado, los evidentes signos de cansancio le hacían parecer un tanto mayor, sin mayor detenimiento procedió con el ritual de cada mañana.

La efímera felicidad de las mañanas era lo que mantenía las constantes vitales de Margot. Decidía madrugar en demasía para poder regalarse un desayuno placentero, era su momento zen del día, algo totalmente imperturbable. Ya no disponía de tiempo para malgastar con aduladores, ni tardes ociosas con las que poder deleitarse. Madrugar le reconfortaba, le proporcionaba todavía cierto control sobre su vida y su tiempo. Esta mañana suenan Simon & Garfunkel en un viejo tocadiscos que instaló en el salón, todavía puede disfrutar de los 45 minutos restantes que le quedan antes de coger el coche, disfruta de las vistas que se aprecian desde la ventana e inconscientemente se abstrae en sus pensamientos. El ruido que produce el vinilo al dejar de sonar le devuelve a la realidad de su salón, entonces es cuando adquiere consciencia del crujir de las escaleras, esas viejas escaleras de madera deformadas por el paso del tiempo.

jueves, 4 de septiembre de 2014

El disparadero


Hay días señalados en la vida de una persona, días que marcan una nueva etapa, un camino que toma un determinado rumbo y nos pone en el disparadero de sensaciones y experiencias nuevas y sea de la manera que sea, serán enriquecedoras.

El primer día en el colegio, con tu babi de cuadros y tu nombre bordado en él. Primer momento de independencia paternal y el temor que provoca, amistades que comienzan y que quizá duren toda la vida ¡Novedades por doquier! La primera pareja, con las primeras caricias y los diversos momentos de complicidad que crean un vínculo hasta entonces desconocido para ti. El primer rechazo, los llantos y frustraciones que vienen con él, noches en vela y ojos hinchados. Tu primer trabajo, siempre con pies de plomo por miedo a equivocarte. Experiencia y más experiencia, caminos y senderos que se abren ante unos pies torpes que terminan adquiriendo la firmeza y estabilidad necesaria para recorrerlo.

No suelo hablar de mi vida personal, pero hoy es uno de esos días que marcarán una nueva etapa, días que esperas con especial ilusión, porque en el laberinto de las decisiones has encontrado la acertada y todo lo que pueda salir de ella va a ir en tu favor.

Somos jóvenes señores, decidamos y hagamos cosas hasta que nos salgan ampollas en los pies de tanto caminar.