miércoles, 10 de septiembre de 2014

La mirilla

Para Margot era un día más en su rutinaria vida. Hacía ya meses que se había mudado a la ciudad a causa de una suculenta propuesta laboral, después de años y años en empleos mediocres en los que nadie había reconocido su talento, la oportunidad de su vida se le estaba presentado a los 33. No dudó en aceptar, todo era demasiado tentador como para rechazarlo y siendo realista, los años y las desilusiones empezaban a fustigar su cuerpo cada vez de una forma más violenta que la anterior.

La felicidad inicial fue inmensa, fuera a donde fuese era reconocida y admirada, no le faltaban aduladores con los que ir a cenar y amistades de lo más extravagantes. Sin embargo, esta se vio mermada a lo largo de los meses, el éxito del que ahora disfrutaba le había hecho sacrificar determinados aspectos de su vida que ahora anhelaba . Las oportunidades que se convierten en condenas, curiosa paradoja.

Hoy hace un año exacto desde que empezó su nueva vida, con nueva posición económica, nuevas amistades y una casa mucho mas grande. El sonido abrumador del despertador marca las 5:45, Margot se despertó como si de un autómata se tratara, muy propio de ella, dio pequeños pasos perezosos hasta el baño. El espejo le devolvió el reflejo de un rostro extenuado, los evidentes signos de cansancio le hacían parecer un tanto mayor, sin mayor detenimiento procedió con el ritual de cada mañana.

La efímera felicidad de las mañanas era lo que mantenía las constantes vitales de Margot. Decidía madrugar en demasía para poder regalarse un desayuno placentero, era su momento zen del día, algo totalmente imperturbable. Ya no disponía de tiempo para malgastar con aduladores, ni tardes ociosas con las que poder deleitarse. Madrugar le reconfortaba, le proporcionaba todavía cierto control sobre su vida y su tiempo. Esta mañana suenan Simon & Garfunkel en un viejo tocadiscos que instaló en el salón, todavía puede disfrutar de los 45 minutos restantes que le quedan antes de coger el coche, disfruta de las vistas que se aprecian desde la ventana e inconscientemente se abstrae en sus pensamientos. El ruido que produce el vinilo al dejar de sonar le devuelve a la realidad de su salón, entonces es cuando adquiere consciencia del crujir de las escaleras, esas viejas escaleras de madera deformadas por el paso del tiempo.

Es un hecho habitual, el cual no debería de llamar la atención de nadie, salvo porque es martes y la gente empezando a movilizarse por el edificio no empieza hasta pasadas las 7:00 de la mañana. Dada la peculiaridad de la situación Margot se acerca a la mirilla y la destapa con el mayor de los sigilos. Todo se encuentra en la penumbra habitual, sus pupilas tardan unos segundos en adaptarse hasta poder vislumbrar lo que parece ser la silueta de un hombre corpulento, ataviado con un sombrero tipo "fedora" y una especie de abrigo o gabardina que no deja distinguir donde empiezan las extremidades de su cuerpo. ¿Por qué no se mueve? ¿Por qué no enciende la luz? ¿Qué hace aquí? Nadie más, salvo Margot, vive en aquella planta. La sugestión inevitablemente entra en juego.

Cautelosamente empieza a retroceder y a su vez, interiormente, le resta importancia. No existen ni el "Hombre del Saco". Ni el "Coco", en todo caso las Meigas y se dice que son buenas. No hay nada por lo que alarmarse. Termina su desayuno y antes de salir rumbo al trabajo vuelve a echar un ojo por la mirilla para asegurarse de que no hay ningún peligro que le pueda obstaculizar su destino. Efectivamente, no hay nadie en la escalera.

Tres semanas después, las cuales para Margot han transcurrido como si de meses se trataran, se decide a darle un descanso a su preciada cabecita. Sospecha que el estrés y la ausencia de vías de escape se están burlando de ella llevándola a un estado obsesivo. La comprobación repetitiva de la soledad de su escalera, la oscuridad y las sombras que en ella se ocultan.

Miedos que se  esconden y no se dejan ver, se mezclan con sus sueños y crean una realidad - irreal, distorsionada, certera, pero sobretodo, agonizante. Sea lo que sea, esta empezando a formar parte de ella.

Los días parecen no avanzar, no sabe como rellenar tantas horas con tanto tiempo libre, lee, trastea en internet, observa fotos de hace tiempo y le ve, le echa de menos, hace un par de semanas que no se ven, Margot tenía de todo menos tiempo, ni para responder a sus llamadas, las cuales dejaron de sucederse. Ni de leer sus correos que todavía permanecen en la bandeja de entrada ¿Estará preocupado? ¿Me echará de menos? Preguntas sin respuesta.

Lo que empezó siendo una intención de descanso esta convirtiéndose en una caza de brujas. Modafinilo y Cafeína para no dormir, Lorazepam cuando cree ver alguien en sus escaleras y alcohol cuando se siente como una demente. Ve y no ve, no ve y cree ver, precinta la mirilla y la vuelve a desprecintar, le ve, la observa en la sombra y se va. Le recorre las entrañas el peor de los miedos y al rato la abandona. En su soledad los días pasan lentos, Piensa en contar lo que le sucede a alguien pero se siente como si de una loca se tratase cuando lo verbaliza. ¿Qué parte de realidad se oculta entre la oscuridad y qué parte de sugestión esta jugando con ella? ¿A caso sus miedos son más poderosos que su raciocinio? Duda, pero lo siente de una forma totalmente tangible, esta ahí, convirtiéndola en su prisionera, anhelando un paso en falso, manteniendo sus intenciones ocultas.

El sonido del teléfono la distrae de sus temores. Es él, su última cita, hace semanas que no recibe noticias de ella a pesar de los numerosos correos que le ha enviado mostrando interés por volverla a ver.  Una mezcla de preocupación y ganas de oír su voz le ha llevado a marcar su número de forma impulsiva, ni siquiera se ha planteado que decir después del "Hola soy Héctor". Margot descuelga el teléfono y las dudas sobre que decir o no de él se disipan en un segundo. Por favor, ven.

Esta nerviosa y aún así sigue engullendo cantidades industriales de cafeína, algo va mal, lo presiente. No tiene constancia del día de la semana en el que se encuentra, se angustia y se retuerce en el sofá, bebe por miedo a parecer lo que no es, Se siente acechada y esa sensación la convierte en afirmación o quizá sea la segunda copa de ginebra que le hace creer en posesión de la verdad y le otorga más valentía de la habitual. Nada es real, no existes, no existo, no existimos, nada ocurre y todo pasa. Crujen las escaleras y se abalanza sobre la mirilla, la destapa sin temor y un escalofrío le atraviesa el alma.

Ojo con ojo se cruzan, se atraviesa, se analizan. Retrocede, coge una de sus múltiples pastillas y se la toma con el primer vaso con bebida que encuentra, gatea hasta la puerta, la araña, respiraciones profundas y entrecortadas que no sabe distinguir de las suyas. Golpes atronadores vienen desde el exterior y retumban en sus oídos, esta aquí.

Es entonces cuando algo deja de latir.

Al otro lado, una última cita espera angustiada. Una cita que siempre será la última.


(Hace unos meses, en una reunión de amigos a Jorge López  se le ocurrió a grandes rasgos una idea para un corto, la cual ambos decidimos adaptar a un relato y así comprobar las diferentes versiones que se pueden sacar de una misma idea. Aquí os he dejado la mía)

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