
Envidiamos a los que sienten con la cabeza, siempre con sus decisiones puramente racionales, llenas de sentido y totalmente estructuradas. No pecan de exceso y su capacidad de control les suele resultar abrumadora a aquellos que en su afán por sentir decidieron hacerlo con el corazón. Rojo y palpitante. Impulsivo y ruidoso. Tan veraz como mordaz.
Mi estómago en un intento por separar los jugos gástricos de las emociones, comprendió el significado de mis ganas de vomitar y decidió llamarlas te he querido, y esa sensación que todavía queda anudada a mi estómago no es más que todo aquello que se descompone.
Porque no es lo mismo olvidar a base de recuerdos (cabeza), lanzarnos a la deriva (corazón) que a base de vísceras (estómago). Los que sentimos con el estómago la suerte que tenemos es que nacimos con la capacidad de depurar. Dejar nuestro estómago sin mariposas, ni avispas y así poder volverlo a habitar.