lunes, 6 de abril de 2015

Pies

Había una vez unos pies descalzos, llenos de heridas y llagas de caminar y tropezar, tropezar y caer, caer y levantarse y así sucesivamente. Teniendo en cuenta que herida sobre herida no cicatriza imaginaros el estado de dichos pies.

Pies vividores los llamaría yo, no hay piedra en esta vida con la que no hayan tropezado ni arena cálida que no hayan pisado.

Yo desde mi posición pueril, puesto que por aquel entonces no era más que una niña, sentía cierto recelo a que dichos pies quedasen estigmatizados por obra y causa de la vida. Aún así crecí observándolos detenidamente, de la forma en que solo un párvulo puede hacerlo. Observé como el tiempo hacia mella en ellos, como se iban debilitando, ya no caminaban, deambulaban, hasta que se quedaron sin ganas de errar.

Un día desde la distancia me sentí observada. A veinte pasos de mi unos ojos curiosos de no más de 5 años me miraban con interés, intenté no preguntar para no tener que contestar. Había llegado el día, el día en que entre todos mis defectos debía de escoger uno y quedarme con el. Les escogí a ellos.

Ahora ya solo me quedan ganas de darte un beso, bostezar y quizá de empezar a contarte mis heridas.


2 comentarios:

  1. Después de escucharte, me has hecho dudar de las palabras de mi gran amigo "el príncipe de las paradojas". Excitado por el agobio de esperar respuesta, hoy mismo le he gritado : Míreme a los pies cuando le hable!

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  2. Quizá el príncipe y yo seamos igual de ambiguos.

    ¿Tienes un nombre al que poder dirigirme?

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