martes, 6 de mayo de 2014

Cara B.

Paul Cezanne. Scipio, the Negro. 1865

Paul Cezanne. Scipio, the Negro. 1865 

Un halo de luz le dejaba ver las pequeñas motas de polvo que se condensaban en aquella habitación. El olor a cerrado y el calor asfixiante habían sido las causas de su despertar, la sequedad de su garganta le había impulsado sin darse cuenta a ponerse en pie, anhelaba un vaso de agua tanto o más que una ráfaga de oxigeno limpio por sus pulmones ¿Cuánto tiempo llevaría allí? ¿Cuando empezó a evaporarse su consciencia? Quizá alguien le había anudado las entrañas con algún conjuro místico y por eso la sensación de miedo al exterior le está recorriendo todo el cuerpo.

Un ventilador antiguo da vueltas sin cesar en una especie de salón, y dice especie, porque le resulta difícil discernir que es cada habitáculo con tan poco mobiliario. Lo único que perturba el más profundo de los silencios es ese ventilador cortando el aire, si lo escucha con atención parece el compás de una melodía. Busca en los bolsillos de su pantalón, en el derecho lleva unas llaves de color dorado, en el izquierdo un papel arrugado con algo escrito a lápiz de ojos totalmente indescifrable. Intenta recordar pero por más esfuerzo que hace parece que el último recuerdo le quiere jugar una mala pasada y juega a esconderse por su mente.

Nada parece tener sentido y el calor se esta empezando a volver insoportable, moldeando su cuerpo como si de arcilla se tratase. Todo empieza a moverse bajo sus pies revelando una gigantesca grieta que le enfrenta al abismo, abismo que le arrastra, hasta su propia cama. Nada ha sido real. 

Respira aliviado.

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